En este 2016 que ahora termina se han cumplido exactamente 500 años de la publicación por el humanista inglés Thomas More de Utopía, narración de la vida y las costumbres sociales, políticas y religiosas de una isla ficticia donde todo es de todos, cada persona tiene lo que necesita y nadie tiene miedo de que pueda carecer de nada, con la condición de que contribuya a la economía y al bien público. Utopía está regida por leyes justas y cargos electos; el trabajo es obligatorio, la educación universal y los delincuentes pagan con la esclavitud. Se profesan diversas religiones que por caminos diferentes tienden a un mismo fin inspirado por la razón. Los rituales y oficios religiosos cuentan con una música instrumental y vocal refinada. Los sacerdotes de los diversos cultos -incluidas mujeres, con la condición de que sean viudas y de edad- son poco numerosos porque un honor tan grande sólo lo pueden ejercer personas de virtudes excepcionales. En esta comunidad ideal, autónoma y ordenada cuyos habitantes viven en unas condiciones aparentemente perfectas, todo el mundo se considera rico a pesar de que nadie tiene posesiones y la gente vive sin propiedad privada ni dinero. Como More dice por boca del narrador clave, el misterioso aventurero Rafael Hytlodeo [1]: «Tan fácil sería sustentar a todos si no fuera por el bendito dinero, inventado para abrir el camino de la abundancia pero que en realidad nos lo cierra» . [2]
Me da la impresión de que el hito singular del quinto centenario de esta importantísima obra del pensamiento occidental ha pasado desapercibido, que dicha obra ha sido poco conmemorada, tal vez porque en los tiempos que corren bastante tenemos con sobrevivir lo mejor posible y no estamos para hablar de utopías. No recuerdo durante el año haber encontrado referencias en los lugares donde me informo habitualmente y sólo ahora, documentándome un poco para hacer este artículo, he visto algunos artículos y actuaciones conmemorativas. [3] Sin embargo parece claro que celebrar la publicación de Utopía no ha sido un asunto prioritario ni notorio, ni siquiera en el ámbito educativo y académico. La percepción de esta carencia es el incentivo que me impulsa -antes de que acabe el plazo de los 500 años, ¡el siguiente es demasiado lejano!- a divagar modestamente sobre la Utopía y su relación con la educación.
La Utopía de Thomas More

Empezamos por la persona, aunque su tragedia es bastante conocida. Sir Thomas More (1477-1535), abogado, escritor y hombre de estado inglés, era un alto funcionario del reino, muy cercano al rey Enrique VIII, quien lo nombró Canciller de Inglaterra en 1529. More era un humanista, amigo y en cierto modo partner intelectual de Erasmo de Rotterdam. Según éste, More era un alma generosa, piadosa y ascética, una perfecta combinación de erudito clásico y de devoto cristiano. Ambos se conocieron cuando un Erasmo cansado del estéril escolasticismo continental viajó en 1499 a Inglaterra para ampliar horizontes intelectuales. Fue en el hogar de More donde Erasmo formuló el objetivo de su vida, la reconciliación del Cristianismo con los clásicos, entendiendo como tales los redescubiertos Platón y Sócrates, no el gastado canon aristotélico interpretado por Tomás de Aquino. No está de más recordar que a pesar de la moderación de Erasmo, su obra clave Elogio de la locura (1509) -donde alaba a More por su defensa del catolicismo frente al luteranismo-, sería incorporada al Index Librorum Prohibitorum por el Concilio de Trento pocas décadas después.
Además de humanista, More también fue un apasionado defensor de la ortodoxia católica a quien tocó vivir el auge de la Reforma y del Protestantismo a comienzos del siglo XVI. Opuesto frontalmente a que Enrique VIII se divorciara de Catalina de Aragón y a que el rey estableciera y comandara la Iglesia Anglicana (que, como la mandaba él mismo, obviamente estaba a favor del divorcio), More dimitió del cargo de Canciller sin dejar de poner en cuestión la separación real y la ruptura con la Iglesia Católica. Juzgado por traición y condenado a muerte, la benevolencia del rey se manifestó en que, en vez de ser ahorcado y descuartizado, la ejecución consistió en una ‘simple’ decapitación, que tuvo lugar en 1535 en la torre de Londres. Esta muerte le valdría la canonización y la denominación «Santo Tomás Moro» con que el conocimos en tiempos escolares (nunca me ha convencido la traducción del apellido More por Moro, por lo cual uso el nombre inglés).
El libro conocido como «Utopía» fue publicado en latín en Lovaina en 1516, con el título ‘Libellus … de optimo reipublicae statu, deque nueva insula Utopiae’, traducible por ‘Libro del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía ‘. Utopía proviene de las palabras griegas «no» (ou) y «lugar» (topos), por lo que significa «ninguna parte». Según algunas interpretaciones también proviene de eutopos, que significa buen lugar. Así, un buen lugar que no existe en ninguna parte expresa bien el sentido del término utopía, convertido en un nombre común en muchos idiomas.
Utopía consta de dos partes, denominadas Libros I y II. En el Libro II, escrito en Flandes en 1515 mientras estaba en servicio oficial, More presenta una sociedad ideal que comparte una forma de vida calificable de comunista, donde la gente vive de manera modesta y pagana en condiciones casi perfectas, evidentemente muy diferentes de las reales y habituales de Europa occidental en aquella época. El territorio de Utopía es una isla de buen clima y excelentes condiciones naturales. La antigua leyenda de la Atlántida había inspirado mitos utópicos en lugares más o menos verosímiles pero las exploraciones del siglo XV permitieron proponer una ubicación mucho más realista. Así, la isla idílica donde More ubica esta comunidad está situada en el Atlántico, muy cerca de las costas de Brasil. De hecho, es pertinente decir que Utopía es un paraíso artificial, porque Utopos, el fundador de la república, instó a la población a excavar y eliminar el istmo de varios kilómetros que la unía al continente sudamericano para que sus habitantes pudieran controlar mejor sus asuntos y estuvieran protegidos de influencias perturbadoras.
Mientras el segundo libro imagina una sociedad más deseable que la de entonces y explica de manera concreta lo diferente y mejor podría ser, el Libro I se centra en la vida real, la situación social y las injusticias y condiciones imperantes en la sociedad inglesa de comienzos del siglo XVI. Escrita en Inglaterra en 1516, esta parte es una conversación entre More, un dignatario de nombre Peter Gilles y el mencionado Rafael Hytlodeo que gira en torno a cuestiones políticas y económicas determinadas por los intereses, las riquezas y la codicia de los poderes en la Europa de su tiempo. La enérgica crítica de la sociedad del siglo XVI (donde llega a asuntos como si los filósofos deben ser servidores del rey y se opone radicalmente a la pena de muerte), le lleva a plantear el igualitarismo como única solución contra el egoísmo en la vida pública y privada. La pretensión de fondo de More es más mitigar el mal que cambiar la naturaleza humana.
More, entusiasta de una educación a la vez humanística (no restringida sólo a artes y letras) y práctica, influyó junto con otros humanistas en la apertura de puertas a la ciencia, en especial la matemática y la medicina, superando el espacio cerrado del aristotelismo. More describe el interés de los pobladores de Utopía en la astronomía y la meteorología y se puede considerar como un precursor del aprendizaje a lo largo de la vida porque explica que los «utópicos» invierten gran parte de su tiempo libre en actividades formativas, en especial la lectura. Estos habitantes eran poco o nada conocedores de los filósofos famosos de otras partes del mundo, pero su laboriosidad y rigor los había llevado a hacer los mismos descubrimientos que los griegos en aritmética, geometría, lógica y música. [4] En Utopía, donde en el trabajo productivo era obligatorio, el estudio académico a tiempo completo estaba reservado a personas con talento y determinación.
La obra de More tuvo mucho éxito, seguramente por el hecho de que los seres humanos siempre han soñado en vidas sin sufrimiento, hambre ni enfermedades, en mundos libres de conflictos y en sociedades justas y sin explotadores. El original latino se imprimió en varios países de Europa y en 1551 se editó en inglés. El 1637 se publicó en castellano una versión de Utopía que carece del Libro I entero (seguramente fue considerado demasiado crítico) y donde la traducción del Libro II abrevia párrafos y altera la fidelidad al original. [5] Utopía no reaparecería en una lengua hispánica hasta la versión catalana de Josep Pin y Soler del 1912. Cerca de cuatro décadas deberían pasar antes de contar con nuevas ediciones en castellano, en 1948 en Barcelona y en 1952 en Argentina. De alguna manera esto verse como un síntoma de la escasa propensión que se da en nuestros pagos a pensar contracorriente y a imaginar futuros deseables que eventualmente puedan orientar la acción.
La visión de una sociedad perfecta ha inspirado la humanidad desde tiempos muy lejanos. Aunque More creó el término, la República de Platón es una evidencia, entre otras, que las utopías son mucho más antiguas que su nombre. Sin embargo es mérito de More haber dado cuerpo y fuerza a la idea. Posteriores a él fueron Tommaso Campanella (La città del sole) y Francis Bacon (New Atlantis). Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift ejemplifica las utopías que se limitan a satirizar situaciones existentes sin proponer soluciones. En el siglo XX, la posibilidad real de creación de sociedades autoritarias planificadas originó las utopías (o mejor, distopías) de Aldous Huxley (Brave New World, 1932) y de George Orwell (Nineteen Eighty-four, 1949). Quien esté interesado en el asunto de las utopías puede leer la obra de The Story of Utopias, obra de Lewis Mumford del 1922, sociólogo, autor y profesor siempre interesado en la acción comunitaria para mejorar la vida. [6]
Llegados aquí, la lectora o lector tiene dos opciones (tres si contamos cerrar la página). Una es saltar a la última parte de esta Nota artículo, que trata brevemente de la relación entre educación y utopía. La otra es seguir leyendo lo que sigue a continuación: una digresión tal vez excesiva sobre dos utopías, la conceptual de James Harrington -decisiva para la configuración política de los Estados Unidos de América- y la pragmática del activista Robert Owen, que concretó con hechos el cooperativismo y el socialismo utópico al servicio de las clases populares.
Oceana, de James Harrington

Una especulación con influencia política real fue The Common-wealth of Oceana (1656) del inglés James Harrington (1611-1677), exposición de una constitución ideal destinada a facilitar la creación de un república utópica. Harrington estudió un par de años en el Trinity College de Oxford pero salió sin título. A pesar de ser republicanista era amigo del rey Carlos I de Inglaterra, ejecutado por los revolucionarios en 1649. Debido a esta paradójica amistad fue encarcelado por el republicano Cromwell, que hizo retirar Oceana de la imprenta. El libro llegaría a ver la luz posteriormente gracias a la intervención de la hija del Lord Protector Oliver Cromwell, eso sí, con una dedicatoria a éste. Muerto Cromwell (que, por cierto, quería que el poeta John Milton fuera su «ministro» de educación) Harrington volvió a ser encarcelado sin juicio por la acusación probablemente falsa de conspirar para restaurar la monarquía. Cuando fue liberado ya tenía la salud física y mental destruidas, una especie de ejecución lenta y dolorosa, a diferencia de la de More.
En el estado ideal de Oceana el elemento básico del poder es la propiedad de la tierra. La distribución de ésta en lotes de un valor máximo determinado es una condición necesaria de la soberanía popular, pues hace posible la existencia de una fuerte clase media capaz de hacer frente de una aristocracia de poderes limitados por un complejo mecanismo de rotación de cargos públicos. Harrington presenta métodos prácticos para repartir la tierra, limita la duración de dichos cargos y establece que en Oceana cada ley debe ser objeto de referéndum. Su pensamiento fue muy importante en la creación de la filosofía política que alimentó a Locke y Hume y sus teorías se materializaron en los principios idealistas de los American Founders. Así, las colonias de Carolina, Pennsylvania y Georgia fueron inicialmente planeadas como sociedades utópicas con un diseño físico, social y económico integrado. En Georgia se previó que la tierra estaría repartida equitativamente y las propiedades no podrían aumentar por compra ni por herencia. [7]
De la visión de Harrington surgieron The Federalist Papers, colección de ensayos instando a la ratificación de la Constitución por parte de los diversos Estados, asunto que, a pesar de la secesión de las colonias, no era nada seguro. Aunque el objetivo inmediato de Publius -el autor colectivo de los Papers– era conseguir el voto favorable a la Constitución, ya desde el primer momento plantearon un debate político de gran envergadura y vigencia. Así, en el año 1787, ya en el primer Federalist Paper, Publius afirmaba: «… parece haber sido reservada a la gente de este país, por su conducta y ejemplo, decidir la cuestión importante de si las sociedades de los hombres son realmente capaces o no de establecer un buen gobierno de la reflexión y la elección o si sus constituciones políticas están destinadas siempre a depender del accidente y la fuerza.» [8] Como se puede observar, este texto tiene pleno sentido más de dos siglos después.
A riesgo de alargarme demasiado, añado que las ideas de Harrington fueron clave para que los Estados Unidos, además de disponer de una constitución escrita (la nación madre, Inglaterra, carece de ella) y de un parlamento bicameral, establece un mecanismo de elección indirecta del presidente (Electoral College) para evitar que, llegado el caso, el pueblo escogiera para el cargo una persona poco adecuada. En una ironía de la historia, esperemos que no sea trágica, hace pocos días que este organismo ha confirmado el acceso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos.
New Lanark: La utopía pragmática de Robert Owen

Entre los propulsores de utopías merece un lugar excepcional el inglés Robert Owen (1771-1858), el socialista utópico más importante de la primera mitad del siglo XIX, que dejó una huella que ha llegado hasta nuestros tiempos. Owen nació en un lugar remoto de Gales y en la escuela aprendió muy poco. Su maestro era un tal Mr. Thickness que parece que hacía honor a su nombre. Como a los siete años era más hábil que su maestro lo pusieron a enseñar a sus compañeros, por lo que en la escuela nunca más aprendió nada y a los 10 años ya se buscaba la vida en Londres haciendo uso de sus dos grandes cualidades: leía mucho y era encantador. A esta edad había llegado a la conclusión de que «hay algo fundamentalmente erróneo en todas las religiones», idea que no le privaría de tener toda la vida una actitud cuasi-religiosa de compasión por las personas que sería el motor de su vida. Le era insoportable el contraste entre la riqueza generada por la Revolución Industrial y la miseria de la inmensa mayoría de la población. A los 19 optó al puesto de supervisor de una hilatura y obtuvo el trabajo haciendo uso de sus dotes de ingenio, imaginación y dedicación, sin esconder que no sabía nada del negocio. A los pocos años ya era director de una de las factorías más importantes de Manchester, en la que fue incorporado como socio por su inventiva e innovación. [9]
Visitando Glasgow por trabajo conoció al estricto presbiteriano David Dale, banquero metido en la industria del algodón y en cierto modo filántropo que acogía huérfanos de los slums de la ciudad para hacerlos trabajar en su factoría ubicada en New Lanark, un paraje idílico a orillas del río Clyde. No me puedo extender en los detalles, pero el asunto esencial es que a los 27 años tenía una incipiente fortuna, se casaba con la hija de Dale y estaba a punto de hacer realidad su sueño: transformar este pueblo escocés en una comunidad gobernada por una combinación de ideas humanitarias y de criterios productivos donde se hiciera realidad una economía al servicio de los trabajadores. Endeudándose y asumiendo muchos riesgos, Owen hizo construir viviendas decentes para los trabajadores y las amuebló, limitó las horas de trabajo e instaló servicios sanitarios. También restringió fuertemente el alcohol y con el ejemplo logró que la gente mantuviera limpias las calles.
Owen excluyó de la fábrica los niños menores de 11 años y para ellos creó una escuela financiada con los beneficios de la tienda de la compañía dirigida por su esposa. En 1816 abrió el primer jardín de infancia del país para niños y niñas a partir de un año, donde se les estimulaba a cantar y bailar como preparación de la educación posterior que continuaría con lectura, escritura y aritmética. Para Owen era importante que los niños aprendieran a pensar por sí mismos y a entender el funcionamiento del mundo. «Man is the creature of circumstances» decía, y por eso era esencial proporcionarles educación, forjar su carácter y formar buenos hábitos que duraran toda la vida. Los trabajadores entendían que los intereses de su patrón eran genuinos y estaban abiertos a las constantes innovaciones que proponía el infatigable Owen.
Robert Owen salió adelante en medio de muchas dificultades, algunas absolutamente fuera de su alcance, como el embargo de ventas de algodón de Estados Unidos a Inglaterra de 1807 (mantuvo la paga a los trabajadores a pesar de cesar la producción por falta de materia prima, actitud impensable y obstinada que sacaba de quicio a sus socios y acreedores). La innovación de New Lanark atrajo curiosos de todo tipo: entre 1815 y 1825 tuvo más de 20.000 visitantes, algunos tan destacados como el futuro zar Nicolás I de Rusia (supongo que no quedaría muy convencido de lo que observó). En esta época y casi en solitario, Owen comenzó a impulsar cambios en la legislación laboral de Reino Unido. La Factory Act de 1819 incorporó ideas de Owen, aunque severamente diluidas, pero el precedente ya estaba logrado y el mérito es suyo.
Consumido por la insuficiente acción gubernamental en el campo laboral, el infatigable y comprometido Owen saltó a los Estados Unidos, nación donde muchas personas con espíritu de reforma social, persiguiendo su propia idea de utopía, dieron lugar a notables realizaciones en comunidades de tipo religioso o secular. En este país Owen fundó la sociedad cooperativa New Harmony, que aunque fracasó, fue el origen del primer jardín de infancia, de la primera escuela de comercio, de la primera biblioteca pública y de la primera escuela pública financiada con impuestos comunitarios en Estados Unidos. Pero esta sería otra historia que contar.
Es de destacar que Robert Owen afrontó una inmensa oposición desde todos los ángulos del espectro político. Los conservadores veían todo lo que hacía como una desestabilización del orden social y un precedente peligroso de autonomía y organización de los trabajadores. En el otro lado, los reformistas más radicales denigraban a Owen porque consideraban que situaba a los pobres en comunidades cerradas, motivo suficiente de oposición a su reformismo. (Esto recuerda las coincidencias prácticas entre conservadores y radicales en su oposición por motivos distintos a las propuestas de liberales y reformistas -al respecto puede verse la Nota de opinión Los verdaderos creyentes). Pero la utopía de Owen no fue literaria sino pragmática, fructificando en el movimiento cooperativo y el pensamiento socialista del siglo XIX. Su punto débil fue creer que la sociedad y los individuos cambian como resultado de la persuasión, tal como reconoció él mismo en sus últimos años. More lo tuvo más fácil: aparte de que su sociedad perfecta no pasó del papel, contaba con el recurso de degradar a la condición de esclavo a quien infringía las normas establecidas en su sociedad.
Reiteramos la premisa de Owen: «Man is the creature of circumstances». Así, el punto principal de su filosofía era que, dado que el carácter de la persona está condicionado por variables que no controla, es esencial que cuanto antes se pueda acoger a influencias apropiadas, por lo que educar bien es clave para la mejora de la sociedad. Los visitantes de New Lanark podían ver con sus ojos como los niños educados en el entorno creado por Owen eran generalmente más instruidos, saludables, abiertos y desenvueltos que los otros niños. De modo que el éxito económico de la comunidad era también éxito educativo. Entre los muchos méritos de Owen figura que su utopía social estuviera ligada a una buena educación para todos los hijos de los trabajadores.
Educación y utopía
Zygmunt Bauman (nacido en 1925) es un sociólogo y filósofo polaco establecido en el Reino Unido, mundialmente famoso por haber creado el concepto de «modernidad líquida»: tiempo actual de incertidumbre y cambios acelerados en el que las instituciones ya no ofrecen marcos seguros y estables que permitan hacer proyectos a largo plazo. Esta reflexión es una invitación sugerente y pertinente a plantear y reimaginar el papel de las instituciones educativas en el mundo de hoy.
En su popular y asequible obra «Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre«, Bauman analiza el mundo contemporáneo y formula preguntas fundamentales sobre el

futuro que queremos y el futuro que nos espera. En este libro Bauman da su espléndida interpretación de utopía: fin distante, codiciado y soñado, hacia donde el progreso puede y debe llevar a quienes buscan un mundo que responda mejor a las necesidades humanas. [10] He aquí un argumento rico de significado, lleno de fuerza moral, que transmite la esperanza de que de manera colectiva sea posible avanzar en dirección a un mundo donde las personas puedan vivir sus vidas con plenitud, sin incertidumbres ni miedos. Este ideal utópico, aunque sea fácil descalificarlo por ingenuo, optimista o iluso, debería inspirar la teoría y la práctica de toda acción educativa, y, por supuesto, de toda filosofía política.
La amplia coincidencia de significado entre «lugar deseable que no está en ninguna parte» de More y «fin distante, codiciado y soñado» de Bauman resalta la naturaleza intrínsecamente crítica y orientada al futuro de la utopía. El contraste dialéctico entre la visión imaginada de lo que podría ser con la realidad de lo que es presagia cambios. Por ello conservadores y realistas poco propensos a cambios que no les beneficien de manera inmediata tienden a asimilar utópico a ingenuo, falto de realismo, impracticable o inalcanzable, incluso, lo identifican con imprudente y peligroso. El solo hecho de especular sobre la posibilidad de que pueda existir algo más codiciable y deseable de lo que conocemos o tenemos pone de manifiesto que la realidad actual no es satisfactoria, al menos en grado suficiente. Esta constatación nutre la fuerza interior que conduce a concebir, teorizar, cambiar o transformar la realidad, como hicieron en varios planos More, Harrington y Owen, así como muchos otros.
Quizás por ese carácter inevitablemente crítico, en los ámbitos relacionados con la práctica y la gestión de la educación generalmente se evita hablar de utopía, porque automáticamente todo queda sobre la mesa, a la vista, se abre la caja de Pandora de la misión de la educación, de los procesos educativos, del sistema escolar, de los estamentos, instituciones, financiación o de los profesionales. Pero en los tiempos que describe Bauman, el debate es insoslayable y, aunque sea de manera fragmentaria, ya está en marcha en nuestra sociedad. El interés compartido por muchos enseñantes y padres de disponer de un sistema que responda mejor a las necesidades de alumnos e hijos, hacen a la vez indispensables tanto la mirada lejana y la especulación intelectual sobre futuros educativos como la labor práctica y concreta de construcción de nuevas realidades y de transformación de las existentes. Anatole France [11] decía que incluso los trogloditas, para no seguir en las cavernas, miserables y desnudos, tuvieron que soñar un mundo mejor. Según France, la utopía es el principio de todo progreso y el esbozo de un futuro mejor: de sueños generosos salen realidades beneficiosas. Pienso que esta consideración es del todo acertada en relación con la educación.
El necesario tránsito hacia un sistema educativo más capaz de satisfacer mejor las necesidades de las personas es una empresa inevitable, difícil y meritoria, para la que, colectivamente, como sociedad y como profesionales de la educación, tenemos que dibujar nuestro mapa. Pero no tenemos que estar solo «nosotros», adultos. Los alumnos también deben ser coautores de este diseño porque tienen aspiraciones legítimas y el tiempo es más suyo que nuestro. [12]
Mientras emprendemos con ánimos y firmeza este trabajo, no está de más recordar lo que decía Oscar Wilde: un mapa del mundo que no incluya Utopía, no vale la pena ni mirarlo.
Ferran Ruiz Tarragó
PD: Muchas gracias a las lectoras y lectores de Notas de opinión por su benevolencia y sus comentarios. Me comprometo a que la próxima Nota sea considerablemente más breve.
Feliz Año Utópico 2017!
Referencias
[1] Para elaborar esta Nota de opinión he empleado el amarillento ejemplar de «Utopía» que tengo en casa desde hace casi 50 años, de la venerable colección Austral núm. 1.153, Espasa-Calpe Argentina, SA, Buenos Aires, segunda edición. Traducción del latín de Pere Voltes Bou. El nombre del aventurero y erudito Rafael Hytlodeo aparece por primera vez en la página 29 y es el que uso, en lugar del Raphael Hythlodaye o Hythloday de las ediciones inglesas.
[2] Cita de la página 143 de dicho libro de la colección Austral.
[3] Véase, por ejemplo, https://www.theguardian.com/books/2016/nov/04/thomas-more-utopia-500-years-china-mieville-ursula-le-guin
[4] http://www.bl.uk/learning/histcitizen/21cc/utopia/more1/education1/education.html
[5] Así lo explica Pere Voltes en el prólogo de la edición de la colección Austral (página 15).
[6] El PDF de The Story of Utopias (1922) de Lewis Mumford se puede descargar en la dirección http://www.hubertlerch.com/pdf/Mumford_The_Story_of_Utopias.pdf También se puede consultar en http: //www.sacred- texts.com/utopia/sou/ Existe una edición en castellano. Editorial Pepitas de Calabaza, 2013.
[7] https://en.wikipedia.org/wiki/Utopia
[8] https://en.wikipedia.org/wiki/The_Federalist_Papers
[9] Notas sacadas en gran parte de «A Brief History of Economic Genius», de Paul Strathern (2001), Ed. Thomson, páginas 145 y siguientes.
[10] Zygmunt Bauman «Temps líquids. Viure en una època d’incertesa (Viena Edicions, 2007). Página 118 (he puesto la cita en presente).
[11] Anatole France, citado por Lewis Mumford: http://www.sacred-texts.com/utopia/sou/sou04.htm
[12] Se puede encontrar más acerca de este tema en mi artículo «Educar, entre la evasión y la utopía», págs 127-157 del libro «La sociedad de la ignorancia», Gonçal Mayos y Antoni Brey (editores). Ed. Península, 2011.