La última oportunidad

La abrumadora potencia de captura de la imaginación y de la atención que tiene el mundo digital está haciendo perder la última batalla de una guerra que hace tiempo que dura: la de leer libros como legítima y estimulante opción de ocio y entretenimiento de la mayoría de adolescentes. La débil implicación individual de éstos con el acto y el hábito de leer tiene fuertes consecuencias en los aprendizajes y el desarrollo intelectual. El sistema educativo, inmerso en la complejidad del día a día y a la vez entretenido en debates relacionados con infinidad de eslóganes y urgencias, no está afrontando este reto trascendental. De hecho ni siquiera parece que sea consciente del mismo. Está perdiendo un tiempo precioso e irrecuperable, y socavando su propio futuro en la sociedad.

LlibresTal vez lo que acabo de decir parezca melodramático, pero no puedo evitar pensar que el asunto es muy relevante, que es de una importancia claramente superior a otros temas que reciben mucha más consideración pública. Por ello, en esta Nota procuro poner algunas ideas al respecto. Comienzo por recordar que la sociedad española es muy poco lectora, desde siempre. Sin necesidad de remover mucho mis papeles encuentro la referencia a un estudio del CIS hace unos años sobre las costumbres lectoras de los adultos. Según este trabajo, dos de cada tres encuestados nunca leía ningún libro o quizás lo hacía alguna vez, alegando razones como no me gusta, no me interesa o me falta tiempo. El otro tercio, considerado lector, afirmaba leer 8 libros al año de media (47 en Finlandia).[1] No creo que la situación haya cambiado significativamente. Para mucha gente la perspectiva de leer un libro durante un rato largo es como una pesadilla. Hace veinte o treinta años, antes del boom de Internet y los móviles, tampoco era la afición preferida de los estudiantes, ni de los adultos. La gente comenta mucho más las series del momento que los libros favoritos. Leer nunca ha tenido mucho predicamento en nuestra sociedad.

Las bases del déficit lector son diversas y algunas vienen de muy lejos, como la inoperancia educativa del Estado a lo largo del siglo XIX con el consiguiente analfabetismo crónico de grandes capas de la población. Las dictaduras y conflictos del siglo pasado tampoco dieron motivos para la alegría y el significativo esfuerzo en educación del último cuarto de siglo estuvo más orientado a lograr la escolarización universal que a la calidad de la experiencia educativa, y, por tanto, de la solvencia lectora. En la actualidad, el uso desmedido de la tecnología está agravando el déficit, porque pasar horas y horas con texting, juegos y vídeos consume un tiempo personal irrecuperable en términos lectores. Dicho esto, ninguna de las consideraciones que siguen pretenden demonizar la tecnología ni evocar la eterna tentación autoritaria de prohibir y sancionar. La tecnología digital es intrínseca con la sociedad y para los jóvenes es irrenunciable, tal como lo es para los adultos. Lo que hay es encauzar el hábito lector de manera efectiva y profunda, sin pretender imposibles vetos a las herramientas que caracterizan nuestro tiempo.

Yendo al ámbito que nos ocupa, el de la gente joven en edad escolar, es notorio que emplea un tiempo enorme mirando pantallas, sea en casa, en la escuela o con los amigos. Un estudio australiano muy reciente señala que el 30% del tiempo que chicas y chicos de 12 y 13 años pasan despiertos lo gasta ante una pantalla.[2] Tanto en las antípodas como aquí, chicos y chicas chatean, están pendientes de Instagram, juegan con videogames multiusuario por Internet, miran películas, series y vídeos de todo tipo, sin supervisión. Muchos padres no son conscientes de ello o no quieren convertirlo en motivo de enfrentamiento. Por la noche, en la soledad del dormitorio, el brillo plasmático del móvil dura horas. Macroempresas dedicadas a la explotación de la adicción digital lo aprovechan ampliamente, contribuyendo a crear mentalidades dependientes y pasivas, pues todas las propuestas y respuestas provienen de la máquina. Cuando cogen un libro, después de leer tres o cuatro páginas, inevitablemente lo dejan para mirar la pantalla esperando encontrar notificaciones y mensajes. También pasan muchas horas siguiendo influencers de YouTube, como PewDiePie, de quien he sabido gracias a una profesora de instituto preocupada por el nivel de influencia que ejerce sobre los alumnos y al mismo tiempo angustiada por la desconexión generacional tan pronunciada que existe entre docentes y estudiantes-adolescentes. Para hacerse una idea del «gancho» de este influencer, basta con decir que tiene más de cien millones de seguidores y sus vídeos se han visto, hasta ahora, 23 mil millones de veces [sí, 23.000.000.000], siendo el canal YouTube operado por un sola persona que tiene más suscriptores.[3]

Pero la atracción no comienza en la adolescencia. El aprendizaje de la lectura y del lenguaje -y el mismo desarrollo de la imaginación- está mediado por los instrumentos interactivos que niños y niñas usan muy pequeños. Es habitual que, con la complicidad de los adultos, pasen horas con móviles, tablets y consolas para jugar y entretenerse antes de saber leer, mejor dicho, aprendiendo a interpretar estímulos y a leer mediante la máquina. El ejemplo familiar también cuenta, y cuenta mucho. ¿Cuántos padres leen mucho más que lo que tienen en sus propias pantallas? ¿Si tienen el teléfono móvil en las manos todo el día, qué modelo son para sus hijos? ¿cómo les pueden decir que dejen la pantalla y cojan un libro? Puestos a tirar de este hilo, es obligado hacer otra pregunta: maestros y profesores, ¿son ellos mismos buenos lectores? ¿qué ejemplo dan? ¿cuántos docentes llevan libros a clase y los comentan con sus alumnos? Hecho este inciso y volviendo al tema, está claro que, por acumulación a lo largo de los años, todo ello conduce al aumento exponencial del tiempo que el alumnado dedica a juegos y entretenimientos electrónicos. Este tiempo proviene de la disminución de horas de sueño y de la reducción drástica del tiempo que los escolares dedican a leer en casa y fuera de casa. Por lo tanto, se hace en detrimento del equilibrio personal (también de la salud) y de la actividad lectora entendida como generadora de entretenimiento, conocimiento, reflexión y apertura de horizontes.

Ante esto, ¿cuál es el papel del centro educativo? En una entrevista a Escuela Catalana (2009) el filósofo y profesor Josep M. Esquirol decía que la política educativa traslada las características de la sociedad de los adultos a la escuela y que estos proyectan sus problemas en el mundo educativo, cometiendo el error de inflar el currículo. Esquirol sostiene que la escuela debe ser diferente, porque es desde la diferencia desde donde puede hacer el mejor servicio. En esta línea de pensamiento, creo que a la tensión mental que impone un mundo externo acelerado digitalmente, la escuela debe responder centrándose en lo esencial: tiempo de lectura y comprensión, espacios de escritura y conversación, ámbitos de expresión, exploración e indagación, todo ello en un marco de empatía, seguridad y compromiso. El alumno no debería quedar indefenso ante la manipulación y la explotación comercial de su personalidad. Ni debería ser capturado por el ritmo rápido, la interacción adictiva, la recompensa inmediata y la excitación inherente a los juegos, los mensajes y los vídeos digitales. Para prevenir y paliar esto, no basta con consejos y acciones de sensibilización. Para que sea capaz de entender textos no triviales y disfrutarlos, hay que ayudar al alumno a adoptar un ritmo lento, a funcionar concentrado y a emplear su imaginación para crear un mundo interior propio, un mundo que pueda compartir, cuando proceda, con interlocutores que se enriquecen mutuamente. Corresponde al currículo, la autonomía de los centros educativos y la profesionalidad de los enseñantes reestructurar tiempos, actividades escolares y evaluaciones para conseguirlo.

Y corresponde a la política educativa facilitarlo en los planos normativo y económico, porque hacer efectivo un planteamiento de este tipo también requiere espacios específicos y medios, tema tabú en un país donde, incluso cuando la economía ha crecido, el Estado ha sido tacaño en el gasto educativo, un gasto que la estadística de la OCDE sitúa entre los más bajos de Europa. En relación con la lectura y el trabajo escolar es incontestable que tenemos un agujero negrísimo: la gran mayoría de los centros educativos donde sería estructuralmente factible carecen de bibliotecas dignas de este nombre, bibliotecas con misión documental y pedagógica, con organización y personal especializado y a la vez miembro del claustro (por ejemplo, con el doble título de maestro y documentalista), integradas en los proyectos educativos y los planes curriculares. Bibliotecas que recojan las mejores producciones de alumnos y docentes y que a su vez articulen la propia memoria histórica del centro, habitualmente dilapidada. Bibliotecas entendidas no sólo como depósitos de libros para el préstamo en horas de patio o como aparcamiento de niños en horas de permanencia, sino como instrumentos vivos de facilitación de la lectura y de apoyo al trabajo curricular, de acceso al conocimiento y a la cultura (término prácticamente en desuso en la conversación social actual sobre la educación), bibliotecas entendidas como entornos de trabajo escolar que se puedan aprovechar como núcleos comunitarios y de actividades extraescolares, debidamente conectadas con las redes bibliotecarias y las organizaciones del entorno.

No podemos saber cómo habríamos aprovechado una financiación mayor si la hubiéramos tenido. Posiblemente las prioridades habrían sido otras y estaríamos igualmente sin bibliotecas, pero es sin embargo obvio que, en relación con este tema, nunca hemos tenido una política definida, continuada y financiada de desarrollo de bibliotecas escolares con el fin de fomentar la lectura, facilitar el aprendizaje, la producción intelectual y el acceso al conocimiento, y, al mismo tiempo, contribuir a vertebrar la institución educativa y afianzar su papel ante las familias y la sociedad. Salvo contadas excepciones de centros educativos fuertemente implicados con su biblioteca, tenemos tan poca experiencia colectiva en este ámbito que ni llegamos a imaginar el rol sistémico, el potencial de equidad y el papel curricular que podría jugar en los centros docentes una biblioteca escolar bien dotada y bien gestionada. No tan solo no lo reivindicamos, sino que ni siquiera especulamos sobre las oportunidades que proporcionaría para enderezar el tema de la competencia lectora y el gusto por la lectura de libros. El resultado de todo ello es que los alumnos generalmente terminan la escolarización sin haber vivido en sus colegios la experiencia cotidiana y sostenida de trabajar en un contexto que invite a la concentración, un entorno cómodo donde se hagan a gusto trabajos productivos, donde se pueda leer, escribir, consultar, aprender y colaborar, donde se disfrute de orden, orientación y apoyo.

En los últimos años la política y el discurso educativo han estado muy centrados en las competencias (básicas, clave, transversales) pero en mi opinión estamos lejos de alcanzar a fondo y con carácter general las más fundamentales. No tengo nada claro que el alumnado con mejores resultados en las pruebas de competencias básicas del ámbito lingüístico destaque en cuanto a sintaxis, dicción o amplitud de vocabulario … ni gusto por la lectura. Ciertamente esto que acabo de decir sólo es una simple opinión (la mia). Sin embargo pienso que la política educativa y la praxis curricular no han conseguido afianzar la capacidad lectora y la correspondiente afición por leer en la mayoría de la población escolar, ni mucho menos. Además, es claro que esta problemática no es exclusivamente nuestra. Hace pocos días un artículo de The New York Times informaba del descenso del nivel de lectura en la mitad de los estados de Estados Unidos y de la falta de progresos en la mayoría de los otros.[4] Según se ha sabido con la aplicación del NAEP (National Assessment of Educational Progress), un test de carácter muestral administrado por el National Center for Education Statistics, dos de cada tres alumnos de 10 y 14 años no alcanzan el nivel deseable en lectura. Sólo el 35% obtiene buenos resultados, pero el nivel de los mejores estudiantes en términos académicos no mejora, mientras que los otros empeoran en relación a años anteriores. Esto seguramente no es una consecuencia directa de la cuestión digital sino un reflejo de las barreras estructurales y la desigualdad que hay detrás de la educación. Desconozco si el estudio se refiere a la influencia del acceso desmedido a la tecnología. Sin embargo, no parece arriesgado suponer que la captura de la atención de los niños y adolescentes estadounidenses por parte la galaxia digital es tan o más fuerte allí que aquí. Incluso en la excelente Finlandia los buenos resultados en lectura que obtienen en los estudios PISA se deben esencialmente a las chicas, lo que ocurre en la mayoría de países.[5] Es posible que la captura de la atención provocada por la tecnología afecte especialmente los chicos y su capacidad lectora. Sea como sea, el panorama general en relación la lectura es poco satisfactorio y no queda otra opción que dejar de ser condescendientes, precisar con rigor el problema y ponerse a actuar con determinación y sensatez, a largo plazo, reasignando los recursos actuales y añadiendo recursos adicionales.

El punto que encuentro más esencial a la hora de justificar esta necesidad de actuar es que, en general, al alumno que termina la escolarización obligatoria con vocabulario y comprensión lectora limitadas y expresión poco desarrollada, le será difícil implicarse en procesos amplios y continuados de formación y adquisición de conocimientos. No pretendo hablar de estos asuntos como si fuera el experto que no soy. Sin embargo parto de la base que la conciencia, el pensamiento, el conocimiento y los valores se desarrollan y consolidan a medida que se aprende a leer y a escribir, y que se amplían y profundizan por la lectura, el análisis y la redacción textos progresivamente más ricos y complejos. Lo que se lee condiciona la capacidad de razonar, de escribir y de hablar bien. Esto no lo es todo, obviamente, pero es esencial e irrenunciable. La educación primaria tiene la primera y gran responsabilidad, y en este sentido hace falta, pienso, un replanteamiento considerable porque en relación a la lectura y el hábito lector hay una autocomplacencia excesiva. Replanteo que, por supuesto, debe proseguir en la secundaria obligatoria, porque más allá de esta edad es muy difícil conseguir que un alumno sea un buen lector de por vida.

Y es que ser un buen lector es esencial. En la sociedad de hoy tienen gran importancia la comunicación, la multimedialidad y la interacción, una importancia que sin embargo no puede ocultar que la sociedad es esencialmente documental pues el conocimiento, las ideas, las normas, las transacciones y la ficción toman cuerpo en documentos textuales. Hemos dicho a menudo que una imagen vale más que mil palabras, afirmación que tiene una clara utilidad didáctica, pero que no quita que el texto es el elemento esencial e imprescindible. Constituciones, leyes, currículos escolares, manuales técnicos y científicos, artículos de investigación, normas de tráfico, estrategias empresariales, informes médicos, obras literarias, poemas, tratados de historia, pasaportes, sentencias judiciales, noticias de prensa, órdenes de desahucio, hipotecas y contratos, son textos, son documentos escritos. No son imágenes, números, sonidos, símbolos o señales, aunque puedan contenerlos. El texto, y por tanto la lectura y la escritura, es la clave de bóveda de la arquitectura social. Que la gente joven alcance un gran nivel de lectura y escritura (con todo lo que ello conlleva) es pues la misión esencial del sistema educativo. Esto no significa relegar la expresión, la comunicación, la socialización o los valores a un segundo plano. Al contrario, son ámbitos que mediante su desarrollo conjunto se favorecen mutuamente y refuerzan su entidad.

Es por medio de la escuela que niños y adolescentes se incorporan a la sociedad documental, que así se preserva y evoluciona. Lectura y escritura son los elementos fundamentales de este proceso. El fomento decidido de la lectura debería pues ser la gran política educativa del país, una política que en cuanto los centros educativos requiere infraestructuras adicionales a las aulas de clase. Además de bibliotecas escolares y todo lo que estructuralmente comportan, esta política debería incluir actuaciones complementarias potentes, como actividades de verano de lectura dirigidas a todos, tanto a los niños que tienen déficits como los que ya van bien orientados, con el objetivo de que tengan a su alcance convertirse en grandes lectores, sin dejar de lado, obviamente, el juego y el deporte al aire libre, la música y la expresión artística.

Termino. Seguramente más de un lector o lectora pensará que el nivel y el hábito de lectura no es tan malo y que reivindicar la biblioteca escolar es una opción irrealista o anticuada, pasada de moda, en cualquier caso menos prioritaria que la satisfacción de otras necesidades. No lo discuto. Sin embargo, la biblioteca es una infraestructura básica que ha desaparecido de los centros educativos (existía en los institutos antiguos, si bien con severas limitaciones funcionales). Ha desaparecido con la misma nocturnidad con que la modernidad administrativa-pedagógica eliminó de la arquitectura escolar el teatro o sala de actos, un espacio comunitario e institucional por excelencia, sustituyéndolo, en los casos más óptimos, por espacios llamados polivalentes, a menudo incómodos y difíciles de aprovechar, incapaces, como su mismo nombre indica, de satisfacer funcionalidades especializadas.

Con bibliotecas o sin ellas, el reto de la lectura y todo lo que conlleva de fomento de la creación y la expresión debería figurar en primer plano a la política educativa de hoy. La expansión incontrolada del mundo digital en las mentes lo hace más necesario y urgente que nunca. Con una acción firme y a largo plazo en el ámbito de la lectura también mejorarían, en términos funcionales y morales, muchas otras cosas importantes de la educación y de la sociedad.

Las élites de la educación harían un buen servicio al país si lo entendieran.

Ferran Ruiz Tarragó

@frtarrago

Referencias

[1] https://elpais.com/cultura/2015/01/08/actualidad/1420721604_628302.html

http://www.cis.es/cis/opencms/ES/NoticiasNovedades/InfoCIS/2015/Documentacion_3047.html

[2] https://www.abc.net.au/news/2019-11-11/screen-time-and-impact-on-literacy/11681026

[3] Datos de Wikipedia, de agosto 2019.

[4] https://www.nytimes.com/2019/10/30/us/reading-scores-national-exam.html

[5] http://www.oecd.org/pisa/keyfindings/ENG-PISA-infographic-gender.pdf

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Un comentario en “La última oportunidad

  1. Buenas tardes, me ha gustado mucho como has enfocado el tema. Verdaderamente estoy de acuerdo contigo de lo poco que se lee en nuestro entorno. Yo he escrito una novela y habré vendido unos 300 ejemplares, estoy segura de que el 80% de los que me lo han comprado lo han hecho por compromiso o porque se lo presento como un libro solidario, ya que todas las ganancias van para ACOMAR un colectivo alicantino que rehabilitan a los sintecho, pero ese 80% ni han abierto el libro. Hoy te invito a que visites mi blog: minovela.home.blog donde comento la novela “S.H. El Señor de la Historia” Como maestra que soy, tiene toda ella un alma pedagógica que va fluyendo entre sus páginas, como respuesta a mi inquietud por la educación de las nuevas generaciones. Seguro que te parecerá interesante.
    Hasta pronto
    Mary Carmen

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