En poco tiempo el término innovación se ha hecho habitual en artículos, conversaciones y debates sobre el sistema educativo. Es habitual no sólo sobre el papel sino que muchos centros educativos están renovando sus planteamientos y llevando a cabo proyectos que modifican las prácticas tradicionales. Su objetivo genérico es conseguir que los alumnos se impliquen más plenamente en su propia educación, de modo que los aprendizajes sean de mayor entidad y el proceso educativo genere más satisfacciones. Con este fin, la innovación educativa es el eje de numerosas actividades colectivas que movilizan mucho profesorado.
Dado que innovación es poco más que un sinónimo de cambio y de cambios siempre los hay y ha habido, quise dar mi punto de vista sobre este asunto en el artículo «La disciplina de la innovación» publicados en El Periódico (enlaces a las versiones en catalán y en castellano). Seguidamente reproduzco el texto original y luego añado unas consideraciones adicionales.
En primer lugar, el artículo.
Las instituciones están diseñadas para la continuidad y su funcionamiento no admite paréntesis ni vacíos por redefinición de su misión o de sus métodos. En las instituciones tradicionales, la idea de cambio viene a ser una contradicción en sus términos. Los centros educativos ocupan un lugar destacado entre las instituciones de la sociedad, pues de manera permanente y estable proporcionan un servicio público de gran demanda y de carácter crucial, dado que tienen la misión de garantizar los aprendizajes, promover los valores humanos y proporcionar un entorno seguro en el que los alumnos y sus padres puedan confiar plenamente. En este sentido son entes morales y núcleos de optimismo esenciales para la estabilidad y el progreso de la comunidad.
Mucho se habla estos días de innovación educativa y de la necesidad de llevar a cabo importantes cambios desde abajo, es decir, por iniciativa de profesores y directivos escolares comprometidos con mejorar la educación aquí y ahora, sin esperar, ni tampoco confiar, en una enésima iniciativa gubernamental. Muchos centros educativos han hecho suyo este planteamiento y se han puesto manos a la obra para reenfocar la organización escolar, las actividades docentes, los aprendizajes y su evaluación. Convencidos de que enlazan con lo mejor de la tradición pedagógica, estos colegios, institutos y escuelas abrigan la esperanza de transmitir a su entorno inmediato y a la sociedad que están llevando a cabo un proceso de innovación educativa profundo y urgente, beneficioso para los alumnos y para la adaptación del sistema educativo a las nuevas realidades y a los retos de una sociedad en cambio.
Innovación es pues el término del momento, aunque no se conozca exactamente lo que conlleva en la práctica ni signifique lo mismo para todos. Según los diccionarios, innovar es algo tan habitual como hacer por primera vez, introducir algo nuevo o efectuar cambios. Bajo esta acepción, la innovación educativa es una realidad cotidiana, dado que siempre hay cambios y siempre los ha habido. Como ejemplos baste citar la incorporación de nuevos objetivos relacionados con el conocimiento (como el enfoque por competencias o la incorporación de nuevas materias al currículo); la promoción de ciertos valores por demanda social o mandato político (como la igualdad de género, la no violencia, la tolerancia y el respeto a la diversidad cultural); o bien, la generalización del uso de distintos tipos de recursos (como las tecnologías digitales, los museos o las visitas culturales). El profesorado tiene pues una gran experiencia en innovar, sea de ‘motu proprio’ o bien obedeciendo directivas administrativas.
Dichas prácticas hacen referencia a asuntos pedagógicamente muy relevantes, como la potenciación de la centralidad y la implicación emocional del alumno, la personalización del aprendizaje, el rol menos transmisivo y más orientador del profesorado, la evaluación por medio de la evidencia, la investigación y el trabajo colaborativo y por proyectos como bases de la actividad educativa.
Estas ambiciosas propuestas deben encajar en unas instituciones diseñadas para la estabilidad, que cuentan con unas estructuras organizativas y funcionales tradicionales y consolidadas. Conseguir que dichas propuestas sean provechosas, viables y sostenibles requiere una concepción clara de la innovación, que se distinga nítidamente de la miríada de cambios concretos derivados de la aplicación más o menos coordinada de metodologías, procesos o instrumentos alternativos. Innovación —en singular— debería entenderse como el esfuerzo sistemático de la institución educativa de prepararse con renovada ambición para llevar a cabo la misión que tiene encomendada y, al mismo tiempo, colmar unas aspiraciones de mejora que son legítimas y necesarias. Desarrollar y aumentar la capacidad del centro educativo es una disciplina que, como señalaba Foucault, se ejerce amalgamando voluntad, conocimiento y poder mediante un trabajo serio, constante y focalizado.
La envergadura de este reto es enorme. Lo es para los profesores, que deben analizar los modelos, los supuestos implícitos y las rutinas que condicionan sus prácticas docentes, expandir sus conocimientos, colaborar y aprender en equipo ya la vez hacerse corresponsables de las decisiones, de los resultados y de los inevitables ajustes sobre la marcha, con el consiguiente aumento de su carga de trabajo.
El reto es quizás más importante para unos directivos escolares sobre los que, además de gestionar el día a día, recae la responsabilidad de mirar adelante y proponer opciones de futuro, construir una visión compartida clara para todos y tomar decisiones que consigan resultados satisfactorios, afianzando al mismo tiempo la acción de conjunto y los canales de comunicación con la comunidad educativa. Asimismo deben actuar sabiendo que la prisa es enemiga del rigor y del trabajo profundo y provechoso de docentes y alumnos. Concebir la innovación como una disciplina de desarrollo de capacidades a largo plazo es la manera más segura de evitar confundir movimiento con progreso y de proporcionar al cambio educativo la solidez y la dimensión institucional que necesita.
Hasta aquí el artículo original. Me parece sin embargo oportuno añadir un par de comentarios adicionales. El primero es que la frase «la prisa es enemiga del rigor y del trabajo profundo y provechoso» podría interpretarse como una invitación al inmovilismo, o, cuando menos, a un exceso de precaución que detenga cualquier dinámica de cambio . Así me lo ha hecho notar una lectora atenta y oportuna, que dice que «ni ‘profundidad’, ni ‘rigor’, ni ‘progreso’ deberían ser limitadores del movimiento, sino que deben permitirlo.» Estoy de acuerdo: la educación ahora necesita cambio real sobre el terreno y esto sólo sucederá por el compromiso y el trabajo constante y focalizado de los centros educativos. Pero este trabajo debe hacerse con rigor profesional. Quien enseña no puede sacrificarlo nunca; renunciar al rigor sería una especie de muerte moral.
El segundo y último comentario, tomado de Deming, es que el objetivo de una innovación real y profunda nunca debe formularse en términos de una actividad específica o de un método: los objetivos siempre deben hacer referencia a una «vida mejor para todos» [must always relate to a better life for everyone]. Interpretaciones irónicas o escépticas aparte, en un centro educativo esta «vida mejor para todos» se consigue cuando se aprende mejor y cuando la actividad de alumnos y enseñantes genera una satisfacción íntima y honesta en todos los implicados. El objetivo último de la escolarización debe ser que el alumno tenga ganas de seguir aprendiendo y esté capacitado para hacerlo. Alcanzar este objetivo con carácter general en una institución educativa va mucho más allá de lo que se puede conseguir con algún cambio concreto o con una serie de innovaciones puntuales. Sólo se puede lograr creando nuevo conocimiento (con el conocimiento de siempre no se avanza, se hace lo que ya se hacía) mediante un trabajo ambicioso, metódico, focalizado y de largo plazo, que dote a la institución educativa de nuevas capacidades: en esto consiste la «disciplina de la innovación».
Ferran Ruiz Tarragó
Muchas gracias Ferran, acertado como siempre.
Hemos de seguir trabajando para que nuestros alumnos puedan contribuir a la construcción de un mundo mejor, en ello encontramos el mayor valor de la educación, dando oportunidades a todos.
No tardes tanto tiempo en escribir, ¡ lo necesitamos !
Me gustaMe gusta