Para preparar un tema de un postgrado de formación de potenciales directores escolares en el que voy a participar he vuelto a leer un poco de Mintzberg, el genio canadiense que explicó como nadie los conceptos fundamentales de la estructura de las organizaciones humanas -incluidas por supuesto las educativas- y sus relaciones de poder. Pienso que este es un déficit importante de los administradores de la educación y de los directivos escolares, muy condicionados por leyes, disposiciones, organigramas, tradiciones, hábitos, currículos, especializaciones estancas y evaluaciones, y generalmente poco abiertos a los cuerpos de conocimiento que proporciona el management moderno, en gran parte porque suenan a «empresa».
Academicians do not understand power decía Drucker y de ello se resiente la formación de los directivos escolares, poco propensa a considerar que los principios que posibilitan que la gente pueda trabajar junta con eficacia en el mundo externo se apliquen a organizaciones como las educativas que tienen por finalidad cambiar vidas en lugar de producir beneficios económicos. Esta limitación de perspectivas acentúa el aislamiento intelectual y comunicativo del ámbito educativo en la sociedad.
Como decía, estaba leyendo un capítulo de «Power In and Around Organizations» de Henry Mintzberg (1983) cuando he encontrado una larga referencia a un tal Eric Hoffer, del que no sabía nada de nada. He mirado quién era este personaje y he decidido que valía la pena dedicarle un rato. Yendo al grano: Hoffer era un estibador del puerto de San Francisco que aprovechaba los tiempos libres y los días sin trabajo para filosofar y escribir sobre la vida, el poder y el orden social.
Nacido en Nueva York en 1902 de una familia muy pobre, la madre de Hoffer murió cuando él era muy pequeño. Quedó casi ciego a los siete años como consecuencia de una caída pero recobró la vista a los 15. Entonces decidió leer en todo momento, no fuera que le volviera la ceguera. Cuando en 1920 murió su padre, Eric emigró a California donde durante 23 años hizo de peón agrícola y múltiples trabajos manuales. La única posesión que transportaba entre trabajo y trabajo eran sus libros. Visitante asiduo de las bibliotecas populares, aparte de trabajar, según la Wikipedia, pasaba el tiempo between the books and the brothels. Aislado por la nieve cuando buscaba oro aprovechó el tiempo estudiando los Ensayos de Michel de Montaigne. En 1943 entró de estibador en el puerto de San Francisco y, entonces, además de leer, pudo escribir .
En 1951 publicó «The True Believer», libro sobre la naturaleza de los movimientos de masas, los motivos y personalidades de la gente que los impulsa y las causas psicológicas del fanatismo. Analiza porqué y cómo empiezan, progresan y acaban estos movimientos y también analiza las semejanzas entre ellos, sean políticos, religiosos, radicales o reaccionarios. Este libro convirtió a Hoffer en una celebridad, pero él continuó trabajando de estibador hasta que se retiró en 1967. El presidente Reagan le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad en reconocimiento del impacto de su obra.
La singularidad de un pensador sin escolarización formal, autoeducado, ajeno a la academia, y la novedad de un filósofo de clase trabajadora favorecieron el éxito de sus obras posteriores. Menciono sólo dos: «The Passionate State of Mind» (1955), con aforismos al estilo de su amado Montaigne y su obra favorita, «The Ordeal of Change» (1963), sobre las reacciones humanas a las convulsiones políticas y económicas. Wikipedia proporciona abundante información sobre la persona (inglés, castellano) y sobre «The True Believer«, del cual hay traducción en castellano. La versión en inglés en PDF se obtiene fácilmente en Google.
Vuelvo ahora a lo que decía al comienzo, a la referencia que Mintzberg hace de Hoffer en «The Power In and Around Organizations», y en concreto a la definición de conservador, liberal, escéptico, radical y reaccionario en términos de actitudes hacia el pasado, el presente y el futuro (págs 530-531). Según Hoffer [traduzco y adapto a mi aire – lo mejor como siempre es leer el original], conservador es quien duda que el presente se pueda mejorar e intenta que su imagen mental de la realidad actual sirva para dar forma al futuro; en definitiva, quiere que el futuro se parezca al pasado. El conservador mira al pasado para tener sentido de continuidad, inspirarse y adquirir confianza en el presente, pero no se cierra del todo al cambio parsimonioso y gradual.
El escéptico, en cambio, piensa que nunca habrá nada nuevo bajo el sol: lo que ha sido, será; lo que se ha hecho, se continuará haciendo sin cambios sustanciales; lo que no se ha hecho, no se hará. Para el escéptico el presente es la suma de todo lo que ha habido y habrá. Esta perspectiva contrasta con la del liberal, que contempla el presente como el resultado legítimo del pasado. Para el liberal el presente es como un hijo de la historia que crece y se desarrolla de manera constante hacia un futuro mejor; perjudicar el presente es dañar el futuro y las opciones que este pueda llegar ofrecer. Conservadores, escépticos y liberales tienen en común que valoran el presente y no abrazarían de buen grado la idea de sacrificio para cambiar la realidad: el futuro no merece el autosacrificio. En este sentido conservadores y liberales son próximos a los escépticos.
Para Hoffer, radicales y reaccionarios tienen en común que detestan el presente. Lo perciben como una aberración y una deformación y son capaces de proceder de una manera despiadada y temeraria para cambiarlo; ambos se sienten confortables con la idea de sacrificio en pos de su misión. La diferencia entre unos y otros estriba en la visión que tienen de la maleabilidad de la naturaleza humana. El radical cree de manera apasionada que el ser humano admite una perfectibilidad sin límites. Cree que cambiando el entorno humano y perfeccionando la técnica de formación de almas se puede forjar una sociedad nueva, sin precedentes ni cargas del pasado. El reaccionario en cambio no cree que las personas tengan un potencial oculto para hacer el bien: el individuo no puede mejorar y para establecer una sociedad estable y saludable hay que seguir modelos autoritarios probados en el pasado. El reaccionario ve el futuro como una gloriosa restauración más que como una innovación o un cambio original.
Los radicales que defienden construir algo nuevo y sin precedentes y los reaccionarios que pretenden la restauración gloriosa del pasado son los true believers de Hoffer. En la realidad, sin embargo, la distinción entre estos dos tipos de verdaderos creyentes no siempre es nítida [es inevitable recordar lo de que «los extremos se tocan»], porque el reaccionario manifiesta su radicalismo al recrear su ideal del pasado. La imagen que el reaccionario se hace del pasado se basa no tanto en lo que realmente sucedió sino en lo que quiere que sea el futuro. Así, el reaccionario innova más que reconstruye. Un desplazamiento similar se da en el caso del radical cuando trata de construir su nuevo mundo. Siente la necesidad de guiaje práctico y dado que rechaza un presente que no le gusta y quiere modificar o destruir, se siente impulsado a enlazar el nuevo mundo con algún punto del pasado. Admitir el recurso a la violencia para dar forma al nuevo mundo oscurece su visión de la naturaleza humana y la acerca a la del reaccionario.
Menospreciar el presente retroalimenta las inclinaciones de quien se siente frustrado. Hoffer señala que lo más chocante de escuchar a los que reniegan del presente y describen la incurable vileza de los tiempos actuales es apreciar que hacerlo les alegra, que les proporciona satisfacción. Esta satisfacción proviene no sólo de airear quejas y agravios sino del hecho que desaprobar el presente alimenta sensaciones de fuerza e igualdad que liberan de sentimientos de fracaso y de aislamiento. La falta de éxito de los movimientos de masas en los asuntos cotidianos a menudo genera una audacia extravagante. Abogar por lo que es impracticable genera una sensación de euforia y de superioridad, porque el riesgo de quedar desacreditado cuando se intentan imposibles es mucho menor que el riesgo que corre quien intenta conseguir metas posibles.
Termino. El lector que haya llegado hasta aquí (¡gracias!) tal vez se preguntará a que viene todo esto. Buscar material para un curso me ha llevado a compartir una divagación que se aparta del temario previsto. Es lo que tiene Internet: son tantos los caminos y tantas los descubrimentos y distracciones que al final te pierdes, como me ha sucedido a mí (pero me lo he pasado bien). Además, es bien obvio que no soy de este ramo y que «The True Believers» es antiguo; se publicó hace seis décadas y el autor falleció hace más de 30 años. Sin embargo, en tiempos políticamente tan insatisfactorios como los que vivimos aquí y ahora, con instituciones y organizaciones que han (¡deberían!) de esforzarse por recuperar o redefinir su legitimidad (los tiempos líquidos van de esto), y en particular con centros educativos sacudidos tanto por el deseo de renovarse como por presiones mediáticas para innovar, me ha parecido estimulante la posibilidad de plantear las actitudes hacia el presente, el futuro y el pasado según las perspectivas conservadora, liberal, escéptica, radical y reaccionaría. Además, si Mintzberg lo cita en relación al poder en las organizaciones, seguro que no es irrelevante. Quizá, después de todo, esta divagación pueda tener algo de interés para las nuevas hornadas de directoras y directores escolares que deberán pilotar con acierto sus instituciones en tiempos turbulentos. Ojalá sea así.
Ferran Ruiz Tarragó
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