Whitlam

La crisis del coronavirus ha concentrado la atención informativa de los últimos meses. Seguramente continuará haciéndolo durante mucho tiempo, y más ahora que empezamos el curso 2020-21 y estamos a la espera de lo que ocurra. Mientras a batacazos aprendemos a minimizar en lo posible sus daños e inconvenientes y ensayamos nuevas modalidades de actividad y de relación, la crisis ecológica sigue desbocada. La nueva ola de incendios en agosto en California lo ha vuelto a poner de manifiesto, si bien los titulares están ocupados por la crisis de la Covid-19 y por su derivada primera: la escolarización durante la pandemia. [La liebre deslumbrada]

El artículo que, lectora o lector, tiene usted delante de sus ojos, es una especie de patchwork que parte de la flagrante crisis ecológica y climática para reivindicar la importancia de la buena política y de la buena educación. Las actividades en estos dos ámbitos tienen en común que, para alcanzar la misión que se proponen, deben ser llevadas a cabo por personas honestas, preparadas, comprometidas y persistentes. Por eso hablaré de Edward Gough Whitlam, un político efectivo y extraordinario, de los que dejan huella, lejano y escasamente conocido por aquí. Por si sirviera de inspiración.

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«Hace un año vine a Davos y os dije que nuestra casa se está quemando.»

«Vuestra inacción alimenta las llamas cada hora que pasa.»

«No os estamos diciendo que compenséis las emisiones pagando a alguien que plante árboles en lugares como África, mientras que al mismo tiempo se están sacrificando bosques como el Amazonas a un ritmo infinitamente más alto.»

«Os decimos que actueis como si amarais vuestros hijos por encima de cualquier otra cosa.»

«Y nada, silencio. O algo peor que silencio. Palabras vacías y promesas que dan la impresión de que se hace algo.»

Estas son algunas de las enérgicas frases pronunciadas el 21 de enero de 2020 por Greta Thunberg ante la élite económica mundial reunida en el World Economic Forum de Davos. Esto fue poco antes de que el coronavirus borrara del mapa informativo la «pandemia ecológica» galopante que vivimos y la sustituyera por la pandemia sanitaria, económica y social, en la que aún estamos inmersos. [Greta Thunberg’s Remarks at the Davos Economic Forum]

Como era de esperar, una vez más, Greta Thunberg fue inmediatamente ridiculizada. Esta vez lo fue por el secretario estadounidense del Tesoro, Steven Mnuchin. «¿Quién es? Es el economista jefe? Que vaya a la universidad y estudie economía», dijo Mnuchin. [Treasury Secretary Steven Mnuchin Takes Jab at Greta Thunberg at Davos]

El jefe de la diplomacia europea Josep Borrell, con su campechanía habitual, extendió el desprecio a los jóvenes que se manifiestan en contra del cambio climático tildándolos de tener el «síndrome Greta», sosteniendo de hecho una postura contraria la política de la Unión Europea, a la que se supone que debería apoyar. [Financial Times, 7 febrero 2020]

Nada de eso le viene de nuevo a la Thunberg, que, a pesar de ser una estudiante de instituto de 17 años, ya está acostumbrada a ser despreciada debido a su activismo. En septiembre del 2019 un comentarista de Fox News dijo que era «una niña sueca mentalmente enferma», aparentemente combinando las ideas que proclama con el síndrome de Asperger que padece. [Fox News apologises to Greta Thunberg for pundit’s ‘disgraceful’ remark] O el propio presidente Trump, posiblemente irritado porque en diciembre pasado la revista Time no lo declaró «persona del año» y en cambio otorgó la mención a Greta. «Tan ridículo», twitteó Trump, añadiendo que lo que debería hacer es trabajar en su «problema de gestión de la rabia». [Trump Mocks Greta Thunberg on Twitter, and She Jabs Back]

Cada uno es libre de valorar como quiera la personalidad y el papel público de Greta Thunberg mientras lo haga con respeto, y, por qué no, con empatía. Después de todo, no son tantos los jóvenes –ni los adultos– que sienten la obligación moral de luchar por lo que creen y que actúan en consecuencia de manera pacífica, poniendo en valor el derecho a hacerlo, y, al tiempo que lo ejercen, lo mantienen vivo.

Porque, la realidad es innegable: el planeta Tierra, la casa de todos, arde por muchos lugares. Como he mencionado antes, ahora mismo (finales de verano de 2020), los fuegos de California han vuelto a andar desbocados. Quema sobre quemado, porque en este territorio los incendios forestales del 2018 ya fueron gigantescos. [California wildfires morning update] [August Fires Leave Vast Burn Scars in California]

Si nos limitamos al año pasado, 2019, basta con recordar los masivos incendios forestales en la Amazonia y en Australia. La cuenca del Amazonas tiene una extensión que se aproxima a la de Australia. Su bosque denso y húmedo, además de alojar una ingente biodiversidad y ser el hábitat de muchos pueblos que siguen una vida tradicional en estrecho contacto con la naturaleza, produce una quinta parte del oxígeno que el planeta necesita. Su destrucción es un asunto local y global, con enormes consecuencias directas en cuanto la evolución de la vida en la Tierra. [Amazon rainforest]

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Imagen descargada de http://www.bing.com con Microsoft Edge, los descriptores «bush fires Australia 2019» y el filtro «free to share and use» (30 agosto 2020).

Australia, a pesar de ser uno de los continentes más secos, tiene unos bosques de notable importancia y ingentes extensiones con matorrales y arbustos. [Forests of Australia] El outback, su vasto y remoto interior, contiene infinidad de zonas de una ecología rica y compleja, con una fauna prolífica y diversa. [Outback] Las condiciones ambientales hacen que tanto las zonas boscosas como la vegetación del outback sean propensas a sufrir incendios, los cuales, los últimos años, han alcanzado una intensidad y una extensión muy superiores a las de antaño.

Siguiendo con Australia (a partir de aquí me centraré en este gran país), un informe de 2008 encargado por el mismo gobierno anticipó que el calentamiento global haría que la temporada de fuegos forestales comenzara antes y fuera más larga e intensa de lo que había sido tradicionalmente. El informe decía que esto pasaría en los alrededores del 2020. Pués bien, ya estamos situados en este escenario. Cuando entre finales del año pasado y principios de este se estaba incubando la crisis del coronavirus, también estaba pasando precisamente lo que, en un afortunado ejemplo de predicción científica, se había anunciado que sucedería en relación a los incendios forestales de Australia. [Australian government report predicted severe wildfires 11 years ago]

La tanda de grandes incendios de 2019 comenzó en septiembre, un mes antes de lo que se considera el inicio oficial de la temporada de peligro, que va de octubre a marzo, con el resultado que a primeros de enero de 2020 el área quemada de Australia era superior a la suma de las superficies consumidas por los grandes fuegos de California y la Amazonia. La triste novedad es que el fuego ha penetrado en bosques templados históricamente demasiado húmedos para arder y ha alcanzado el umbral de zonas urbanas. Hay víctimas mortales, heridos, gente que lo ha perdido todo y daños muy grandes. Se dice que probablemente han muerto quinientos millones de animales y que se pueden haber extinguido especies enteras de animales y plantas.

«Australia está cometiendo un suicidio climático», escribía a comienzos de año el escritor australiano Richard Flanagan en un artículo impactante. En él describía la epopeya de miles de personas «llevadas a las playas en medio de una opaca neblina de color naranja, escenas casi medievales de gente y animales extrañamente mudos, medio Bruegel, medio Bosch, rodeados por el fuego». Para Flanagan, Australia es el ground zero de la catástrofe climática. [Australia Is Committing Climate Suicide]

La realidad de un país reseco, quemado por tornados de llamas, no es el primero ni el peor desastre de la historia reciente, pero en esta ocasión las murallas tecnicolor de cortinas de fuego formadas por bosques enteros, el humo asfixiante, la aniquilación de la fauna y la desesperación de la gente ―Flanagan habla de un nuevo Chernobyl― entraron en las retinas de medio mundo. Repasar ahora las imágenes de destrucción, dolor e impotencia sigue siendo un ejercicio estremecedor. Asimismo se hace especialmente chocante que provengan de una nación avanzada, dinámica y poderosa, lo mismo que pensamos cuando vemos los desastres californianos. Los interminables y dantescos incendios de Australia proporcionan una evidencia más del tipo de catástrofe ambiental que la gente de ciencia hace años que predice caso de no frenar de manera drástica el vertido a la atmósfera de los gases que contribuyen al efecto invernadero.

Este es un problema interno de cada Estado y simultáneamente es un problema global. Hacer frente requiere visión, conocimiento, determinación y acción política a todos los niveles ―local, nacional, internacional― cosa que desgraciadamente no está pasando, tal como insiste Greta Thunberg, poniendo coraje y determinación en la arriesgada empresa de dar voz a la fracción de juventud consciente del problema. La retirada de Estados Unidos de los modestos Acuerdos de París para luchar contra el cambio climático constituye una catástrofe adicional, que a la vez sirve para ayudar a disimular y excusar los incumplimientos de muchos de los Estados que se comprometieron.

Hay que decir que hay honorables excepciones, sobre todo sectoriales y de ámbito más bien local. Así, en los Países Bajos, la tierra histórica de los molinos de viento, los trenes funcionan con energía eólica desde el 2017. [All Dutch trains now run on 100% wind power] O Copenhague, que ha reducido un 42% las emisiones de CO2 desde 2005, principalmente dejando de emplear combustibles fósiles para general electricidad y calor. Esta ciudad va en camino de ser carbon neutral en 2025, generando más energía renovable que energía sucia consume, estableciendo un precedente importante en un mundo donde más de la mitad de la humanidad vive en ciudades. [Copenhagen Wants to Show How Cities Can Fight Climate Change] Esta ciudad, por cierto, dispone de un plan de líneas de metro que hace que cada residente tenga una estación a menos de 800 metros. También, ya más en el ámbito de los futuribles, Escocia tiene desde 2019 un plan ambicioso para cortar el 75% de sus emisiones de gases que provocan el efecto invernadero en 2030, contrarrestando así una perniciosa consecuencia del Brexit. [Scotland to become a net-zero society]

Volvamos a los incendios. Tal como señala Paul Krugman ―Premio Nobel de Economía y articulista del New York Times― en el artículo «Australia nos muestra el camino al infierno», las reacciones políticas que suscitan son más aterradoras que los mismos fuegos. Un factor clave es el peso real de una política plegada a los fuertes intereses de las industrias mineras y energéticas, que nutren las economías de Asia con sus exportaciones de carbón. Los ingresos econòmicos y la importante ocupación que generan sirven para bloquear cualquier tipo de avance. Sólo hay que añadir que estas empresas son donantes destacadas de los dos principales partidos. De hecho, la oposición, laborista en este caso, con los fuegos en plena rabia, no perdió ni un instante en ir a las zonas mineras para decir que se firmemente partidaria de la extracción y exportación de mineral de carbón, haciendo exactamente lo mismo que el partido del gobierno, es decir, cerrando el paso a cualquier tipo de alternativa. [Australia Shows Us the Road to Hell]

Para Krugman es también aterrador el intento del gobierno de presentar el incendio generalizado como algo normal, como si sólo fuera un poco superior al habitual. El primer ministro, tal como denunciaban medios de comunicación locales, no fue capaz de tomar medidas eficaces para afrontar la situación, y, además, en medio de la crisis, se concedió unas vacaciones no anunciadas en Hawaii. Las imágenes de ciudadanos anónimos negándose a darle la mano muestran de manera bastante elocuente el rechazo popular a su insensibilidad y falta de liderazgo. [The country is buckling]

Es conveniente precisar que estas imágenes fueron recogidas y puestas en circulación por medios de comunicación no controlados por lobbys negacionistas del cambio climático. Porque la realidad mediática, a gran escala, está en buena medida determinada por medios de comunicación negacionistas fuertemente financiados, como los del grupo Murdoch, con su cadena Fox News en los Estados Unidos. Estos medios atribuyen los fuegos a fenómenos naturales y a incendiarios incontrolados, legitiman información confusa o falsa generando desconfianza y militan activamente contra la aproximación científica al cambio climático. En las redes sociales hay también portavoces destacados del negacionismo climático. Al respecto es ilustrativo el hashtag #ArsonEmergency, del que se ha demostrado que al menos una tercera parte son bots de ciberpropaganda. [Can Australia’s PM Scott Morrison recover from the fires?]

Esta realidad australiana ha sido ampliamente recogida en medios internacionales de comunicación. Si ahora la pongo de manifiesto, no es como injerencia ni crítica a un país admirable, sino porque hay que remachar la evidencia: en el mundo global de hoy, acciones y situaciones locales o regionales repercuten en todo el planeta. Una catástrofe que afecta a un Estado tiene efectos sobre los países vecinos, con repercusiones que se extienden a otras partes o la totalidad del mundo. Chernobyl fue un desgraciado y destacadísimo ejemplo. O las recientes guerras en Oriente Medio, que han esparcido por Europa y en todo el mundo millones de personas refugiadas, entre muchos otros terribles desastres. En el caso que nos ocupa, los humos de los incendios australianos atravesaron el Pacífico Sur y llegaron a las costas de Sudamérica, recorriendo más de 9.000 Km. En nuestra parte del globo no fueron perceptibles para la población, pero de su impacto en la calidad del aire y en el calentamiento global no se escapa ningún territorio ni nadie de este planeta.

El ciudadano común se siente rebasado por estos enormes problemas. Aparte del activismo personal que se pueda tener, la única herramienta en sus manos es apoyar las ideas, las organizaciones, las políticas y los políticos que, en representación de naciones enteras, puedan contribuir a definir y materializar los cambios necesarios. Precisamente en este sentido, la misma Australia proporcionó hace años un ejemplo extraordinario del poder de la política para mejorar el curso de la vida y enriquecer la historia de un país. Un hombre, al frente de un partido político bien articulado, llevó a cabo en poco tiempo un espectacular conjunto de avances, que, evidentemente, no fueron alcanzados gratis ni sin decepciones y sacrificios. A ello dedico el resto del artículo.

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Imagen descargada de http://www.bing.com con Microsoft Edge, los descriptores “Edward Gough Whitlam” y el filtro “free to share and use” (30 agosto 2020).

Edward Gough Whitlam (1916-2014), fue líder del Australian Labor Party (ALP) y primer ministro durante un periodo de tiempo corto, de menos de tres años. Ganó las elecciones a finales de 1972 y gobernó en medio de las dificultades económicas derivadas de la crisis del petróleo de 1973. [Oil crisis 1973] Su gobierno duró hasta noviembre de 1975 cuando, en una crisis constitucional sin precedentes, fue destituido por el gobernador general designado por la Corona británica, en una especie de golpe de Estado pretendidamente constitucional. Este fue un asunto absolutamente inusual, que nunca había pasado en 200 años y que no ha vuelto a suceder. Por lo que he entendido, se utilizaron formalismos y triquiñuelas para eliminar de la escena un político que cambiaba demasiadas cosas. Las tramas políticas son siempre bastante enredadas y extenderse en esta no viene al caso, no sin antes precisar que, al parecer, según documentos secretos hasta hace poco, la reina de Inglaterra no tuvo nada que ver. [Gough Whitlam] [CNN] Lo que interesa aquí sobre todo, es poner de manifiesto las extraordinarias realizaciones de Whitlam y resaltar el poder transformador de la política basada en la honestidad y la visión a largo plazo de la construcción del bienestar colectivo.

En los 19 primeros días de mandato, entre el 5 de diciembre y el día de Navidad, cuando todavía no estaba nombrado el gobierno, Whitlam y su deputy Lance Barnard protagonizaron un intenso programa de cambios para hacer efectivas promesas de campaña que no requerían legislación. Este duumvirato finalizó la conscripción obligatoria de los hombres jóvenes para el servicio militar y liberó de la cárcel a los objetores de conciencia. Retiró las tropas australianas de Vietnam (ya iniciada), definiendo una política más independiente de Estados Unidos en asuntos internacionales. Reconoció diplomáticamente la República Popular de China. Anunció la concesión de la independencia a Papúa-Nueva Guinea, territorio que Australia administraba por un mandato de las Naciones Unidas, que aún tardaría un tiempo en hacerse efectiva. Consumó el desmantelamiento de la política «Australia sólo para blancos», una herencia colonial que impedía la inmigración asiática, africana y de europeos no británicos. Prohibió las visitas de equipos deportivos de países racistas y en la ONU se posicionó en favor de las sanciones a los países del apartheid del sur de África.

En este corto periodo de tiempo fueron eliminados los impuestos a las píldoras de control del embarazo, se anunciaron ayudas económicas importantes para las artes y se creó una comisión escolar interina por la financiación de la educación. Hacer todo esto en menos de tres semanas evidenció un buen dominio de la maquinaria del gobierno, que de rebote daría origen al obstruccionismo de una fortísima oposición que acabaría con la maniobra de destitución de Whitlam. Los propios laboristas acabarían diciendo que su pecado fue «We did too much too soon«.

Una vez constituido el gobierno, la altísima dinámica política prosiguió. Se bajó a los 18 años el derecho al voto, se incrementó el salario mínimo y se igualaron las retribuciones de mujeres y hombres, se hizo legal el derecho al divorcio por consenso y se estableció la cobertura médica gratuita general para toda la población. Fue abolida la pena de muerte por delitos federales. Se crearon oficinas de ayuda legal para personas sin recursos y un ministerio de desarrollo urbano. Se financiaron carreteras y líneas de tren entre las capitales de los diversos estados. Se estableció la obligación de las instalaciones industriales de hacer informes de impacto ambiental. En cuanto la educación, el gobierno Whitlam creó un programa de ayuda económica a los centros educativos e implantar la educación superior gratuita eliminando las tasas universitarias y asumiendo desde el gobierno federal la responsabilidad de financiar la educación superior.

Territorios de Australia que no tenían representación fueron admitidos en el Senado federal y se les otorgó poderes legislativos. Se reconoció los derechos de los aborígenes a sus tierras tradicionales y se inició el proceso de reforma, una larga batalla para obtener el Reconocimiento legal y moral de la propiedad de las tierras ocupadas por los nativos antes de la colonización. El éxito a largo plazo de Whitlam en este ámbito es que estos derechos e intereses están formalmente reconocidos por aproximadamente el 40% de la superficie de Australia (datos de 2020). [Indigenous land rights in Australia] Whitlam, junto con tres otros antiguos primeros ministros, volvería al Parlamento en 2008 para ser testigo de la disculpa formal del gobierno federal para las «generaciones robadas», un periodo de unos 70 años en que niños y niñas de familias aborígenes e isleños nativos del Estrecho de Torres fueron secuestrados de sus familias para recibir «educación» en la sociedad blanca y ser asimilados por ésta. [Stolen Generations]

En Internet hay mucha información sobre cómo Whitlam cambió el panorama económico, legal y cultural de su país. La Wikipedia, además del artículo biográfico ya citado, tiene uno específico sobre la acción de gobierno, [Whitlam Government] y otro sobre el programa electoral. [It’s Time (Australian Campaign)] También es interesante la aproximación dada Jared Diamond en el libro «Upheaval – Turning Points for Nations in Crisis» (2019). No me extiendo porque no pretendo hacer la hagiografía de nadie y además es seguro que Whitlam no trabajaba solo. Contaba con un partido político bien estructurado, partido que él mismo había reformado para incluir la clase media urbana, lo que consiguió apelando a las bases ante la oposición de los cuadros. Sin embargo, es imprescindible remarcar que Gough Whitlam fue un personaje de pies a cabeza.

Navegador de bombardero de la Royal Australian Air Force en la segunda guerra mundial, su origen acomodado lo convertía en un miembro atípico del partido laborista. Abogado de formación, era erudito en historia, filosofía y política de Grecia y de la Roma clásicas. Leía bien el griego antiguo y hablaba italiano. Tenía muchos conocimientos del Renacimiento, de la Ilustración y del establecimiento de las naciones modernas en América del Norte, en Asia y la Commonwealth británica, adquiridos, según él mismo, durante años de reflexión y conversación con gente creativa, sobre todo de Europa y de Canadá. No improvisaba, sino que pensaba la política para la larga distancia, con la historia como guía, con una enorme curiosidad y un poderoso intelecto en los fundamentos de su personalidad.

Es especialmente digno de mencionar el discurso que hizo el 13 de noviembre de 1972 para abrir la campaña electoral del Australian Labor Party en las elecciones que lo llevarían al gobierno (ALP Policy Speech Blacktown Town Hall). El programa electoral presentado en este discurso tenía tres propósitos principales: promover la igualdad, involucrar al pueblo de Australia en los procesos de decisión del país, y liberar a los talentos y levantar los horizontes del pueblo australiano.

El genio de Whitlam se manifestó en la inspiración y en la concreción de su visión. El programa electoral, por primera vez en la historia de ese país ―y tal vez por primera vez en cualquier campaña política― incorporó el fomento de las artes y de la educación artística como un objetivo esencial e irrenunciable. Esta idea, expresada prácticamente al principio de su primer discurso de campaña, se concretó en cuatro grupos de iniciativas, relativas a: 1) la promoción de un alto estándar de excelencia en las artes; 2) la ampliación del acceso y de la comprensión y aplicación de las artes en la comunidad en general; 3) ayudas para establecer y expresar la identidad australiana a través de las artes; y, 4) en la promoción del conocimiento de la cultura australiana en el extranjero. (Que un líder político pueda iniciar una campaña hablando de la formación artística constituye, para mi, un auténtico desafío a la imaginación).

En un documento posterior, citado por Kim Williams en el libro Whitlam, the Arts and Democracy, Whitlam escribiría lo siguiente:

«En cualquier comunidad civilizada, el arte y las correspondientes instalaciones y servicios deben ocupar un lugar central. El disfrute del arte no se debe ver como algo alejada de la vida cotidiana. De todos los objetivos de mi gobierno ninguno tenía una prioridad más alta que la promoción de las artes, la preservación y el enriquecimiento de nuestro patrimonio cultural e intelectual. de hecho, todos los objetivos del gobierno laborista ―reforma social, justicia, equidad en la prestación de servicios asistenciales y de oportunidades educativas― tienen como objetivo la creación de una sociedad en la que las artes y la estimación de valores espirituales e intelectuales puedan florecer. Todos los demás objetivos son medios para una finalidad. El disfrute de las artes es un fin en sí mismo.»

Vale la pena releer este párrafo porque ayuda a hacernos una imagen mental del personaje, y, también, porque eleva el espíritu: «El disfrute de las artes es un fin en sí mismo.» Cuánta gente conocemos en el mundo de la política, o incluso de la cultura, que se pueda asociar a una idea similar?

Como buen laborista, podemos decir socialdemócrata, Whitlam siempre sostuvo la creencia fundamental que la nación nunca lograría sus capacidades reales sin un fuerte compromiso del gobierno en los grandes asuntos de la sociedad. Fue capaz de demostrar que un gobierno puede llegar a hacer a pesar de las situaciones heredadas, los intereses contradictorios y los equilibrios, desacuerdos y restricciones inherentes a las sociedades democráticas. Whitlam es un gran ejemplo que Australia dio al mundo, y, al mismo tiempo, un potente recordatorio de que, en último término, cualquier mejora o solución de los asuntos que afectan a la sociedad entera, como la educación, siempre tiene un componente político.

Esto es plenamente aplicable al campo educativo. Los enseñantes, pienso yo, tienen la obligación profesional y ética de hacer todo lo posible para mejorar en su ámbito de actuación (a nivel de centro educativo, es lo que en algún lugar, modestamente, he sintetizado con el término «autotransformación» ). [IEC 2017] Sin embargo no deberían caer en la ingenuidad ―a menudo alimentada por agentes que aparentan hablar en su nombre pero que en realidad les quitan la voz― de creer que todo está en sus manos, haciendo un énfasis desmedido, hasta cierto punto histriónico, en asuntos como la autonomía delegada dels centres educatius y el liderazgo, entre otros. No es así: en última instancia todo proceso institucional que implique cambio en estructuras y prácticas precisa de una formulación política para hacerlo factible. Sin embargo, mientras se trabaja para ello ―que es del todo necesario― no vale la excusa de la inacción en el plano más cercano. También es del todo falso creer que todo está en manos de los gobiernos.

Whitlam murió en 2014, con 98 años y 102 días intensamente vividos. Nunca podremos saber cómo su gobierno habría afrontado los incendios, y, en general, todo el asunto del cambio climático. Sin embargo, su personalidad y trayectoria permite suponer que se habría implicado con pasión y altura de miras, siendo efectivo en el ámbito nacional y comprometido en el plano internacional. También es lícito suponer que habría extendido la pasión por la educación artística hacia la educación para un mundo sostenible, logrando concretar, adaptar y hacer viables visiones de la educación como las que plantea la UNESCO en el documento de 2015 Replantear la educación. ¿Hacia un bien común mundial?. Precisamente, años después de haber dejado el gobierno, Whitlam se implicó fuertemente en la defensa de esta organización.

La frase estelar que hemos mencionado, «El disfrute de las artes es un fin en sí mismo», se corresponde perfectamente con otra bella y potente sentencia de Whitlam, que define y honra la persona que la formuló:

«En ningún momento he creído que tengamos que poner límites a lo que podemos conseguir juntos, para nuestro país, nuestra gente, nuestro futuro.»

Muchas gracias, Whitlam.

Ferran Ruiz Tarragó

@frtarrago

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