685 hombres y 7 mujeres constan con nombre propio en el índice de la historia ilustrada de la ciencia mundial de Colin Ronan publicada por la Universidad de Cambridge. Una mujer y 29 hombres protagonizan los momentos estelares de la ciencia de Isaac Asimov. De los 68 personajes biografiados en la sección «sabios ilustres» de Tecnirama (una antigua enciclopedia divulgativa de ciencia y tecnología) ni uno solo es una mujer. Son datos sacados de obras que tengo en casa.[1] Podría ir a una biblioteca y consultar otras para ver si los índices de presencia femenina mejoran un poco, pero me imagino que los resultados no serían sustancialmente diferentes.

Grandes nombres de la ciencia clásica como Arquímedes, Ptolomeo, Kepler, Galileo, Newton, Darwin, Maxwell, Mendel, Bohr, Pasteur, Cajal, Fleming o Einstein son hombres. Manya Sklodowska (Marie Curie) es la única excepción destacada. La histórica postergación cultural, social y política de la mujer impidió su incorporación al mundo del pensamiento científico y coartó la expansión de inteligencias brillantes. Rita Levi-Montalcini ―̶neuróloga italiana, premio Nobel de Medicina en 1986 por el descubrimiento de la proteína que estimula el crecimiento de las fibras nerviosas― lo dice bien claro: «Durante miles de años los miembros del sexo femenino no pudieron utilizar sus cualidades intelectuales naturales, porque el hombre, valiéndose de una fortaleza física más grande y de una supuesta superioridad mental , impedía su acceso al poder y a la cultura.»[2]
Las barreras artificiales a las mujeres también han obstaculizado el reconocimiento público de sus contribuciones. Mencionemos un par de ejemplos bastante elocuentes relativos al Premio Nobel de Física. Otto Hahn y Lise Meitner dirigieron el pequeño grupo de científicos que en 1939 descubrió la fisión del uranio mediante bombardeo de neutrones. El premio fue a parar en exclusiva a Hahn.[3] La astrónoma Jocelyn Bell Burnell descubrió y analizó los púlsares en 1967 pero su nombre ni siquiera fue mencionado en el comunicado de concesión del premio a su director de tesis, en 1974. Desde 1901, 201 hombres y 3 mujeres han recibido el Premio Nobel de Física: Marie Curie por sus estudios sobre la radiactividad en 1903; Maria Goeppert-Mayer, estadounidense de origen alemán, lo recibió en 1963 por investigaciones sobre la estructura interna del núcleo atómico; y, justo ahora, octubre de 2018, la canadiense Donna Strickland ha sido galardonada por sus trabajos en la física de los láseres. Por suerte, gracias a Internet, podemos conocer biografías antes ignotas de mujeres científicas que trabajaron aisladas y en silencio y que sufrieron humillaciones por su originalidad y osadía intelectual.
Afortunadamente los tiempos actuales son bastante diferentes. Muchas mujeres desempeñan trabajos de carácter científico y técnico a muchos niveles, incluidos los de alta responsabilidad, como por ejemplo Fabiola Gianotti, directora del CERN. A pesar de estos avances tan positivos, su número es aún minoritario y en los campos de la tecnología y la ingeniería la proporción de mujeres es bastante menor que la de hombres. Demasiado a menudo las chicas están dominadas por estereotipos de género y piensan que estas profesiones son poco «femeninas» o que su capacidad en estos ámbitos es menor que la de los chicos. La inseguridad y los déficits de orientación también contribuye a que opten por dirigirse a otros campos.
Hoy día, numerosas instancias de nuestra sociedad tienen el objetivo común de potenciar la perspectiva inclusiva respecto al género y de estimular la incorporación de las chicas en estudios relacionados con la ciencia y la tecnología. Para atraer más chicas hacia las carreras científicas y técnicas se lleva a cabo una variada gama de actuaciones. Hay jornadas internacionales dedicadas a mujeres y ciencia, se hacen congresos de expertos, debates y concursos, se publican vídeos que describen experiencias y elaboran materiales explicativos, se han extendido las conferencias al alumnado sobre el acceso a estos estudios e incluso se llevan a cabo campañas publicitarias, siempre con el fin de generar estímulos positivos entre las chicas, y, por extensión, a sus compañeros masculinos, enseñantes, orientadores y familias. Muy relevantes son las presentaciones «en directo» donde mujeres con trabajos científicas y técnicas describen su experiencia profesional, explican vivencias y proyectos, hablan con las chicas y con su ejemplo ponen de manifiesto que las mujeres pueden disfrutar de una vida profesional rica y satisfactoria en el campo científico-técnico. Estas actuaciones (especialmente facilitar el contacto con mujeres que se dedican a ello profesionalmente) son meritorias, oportunas y posiblemente exitosas. Sin embargo hay que tener presente que, inevitablemente, son sólo una pequeña fracción de la avalancha de estímulos potentes, perentorios y contradictorios que reclaman la atención de los jóvenes.
Dicho todo esto, me preocupa que el interés socialmente compartido por el aumento de vocaciones femeninas en el ámbito de las ciencias y la tecnología se presenta desligado de su enseñanza, o, al menos, esa es la sensación que tengo. No veo que nadie diga abiertamente que la clave para que más chicas se inclinen por las ciencias como opción profesional es la mejora de su enseñanza. Y si esta mejora ha de tener algún papel, entonces parece natural pensar que debe servir para todo el alumnado, sean chicas o se trate de chicos. Dicho en términos de Bauman, parece que queremos evitar la utopía de pretender mejorar el aprendizaje de las ciencias con la evasión de desarrollar un paquete de medidas de difusión, propaganda y relaciones públicas, por muy interesante y necesario que sea (cosa que comparto).[4]
En definitiva, la cuestión de «las ciencias y las chicas» se ha de trasladar al ámbito de la mejora de las enseñanzas, a cómo conseguir que el aprendizaje sea más provechoso y atractivo. De este tema sé muy poco pero prefiero pecar de imprudente y plantear el punto esencial: aumentar la vocación por las ciencias exige que la educación científica dé mucha más importancia a la parte experimental. En una palabra: ya es hora de que con carácter general el aprendizaje de las ciencias haga honor a su nombre entero, ciencias experimentales, con todo lo que ello implica.
Ferran Ruiz Tarragó
Notas
[1] Estas tres obras son: a) Colin A Ronan (1983) The Cambridge Illustrated History of the World ‘s Science. Cambrige University Press/Newnes Books. b) Isaac Asimov (1981) Momentos Estelares de la Ciencia. Alianza Editorial (el original en inglés es de 1959). c) Tecnirama. Enciclopedia de la Ciencia y de la Tecnología. Publicada en los años 60 del siglo pasado por la editorial argentina Codex en forma de fascículos semanales, espléndidamente ilustrados a mano.
[2] Rita Levi-Montalcini (2010) El as en la manga. Editorial Crítica. Rita Levi-Montalcini, de familia judía-sefardí, fue expulsada de la universidad de Turín cuando tenía 30 años como consecuencia del Manifesto della razza (1938) y la aplicación de las subsiguientes leyes antisemitas y racistas de Benito Mussolini (por cierto y desgraciadamente, un antiguo maestro de escuela). Continuó investigando en su casa por su cuenta y entre 1947 y 1981 lo hizo en los Estados Unidos. Levi-Montalcini murió en 2012 a los 103 años de edad. Es autora de una obra maestra: Elogio dell’imperfezione (1987) [Elogio de la imperfección].
[3] Precisamente estos días, exactamente el 27 de octubre, hace 50 años de la muerte de Lise Meitner, en 1968, casi a los 90 años. Lo ha puesto de relieve un post de María Popova (@brainpicker) que cuenta su historia, trágica e inspiradora: How Pioneering Physicist Lise Meitner Discovered Nuclear Fission, Paved the Way for Women in Science, and Was Denied the Nobel Prize
[4] La referencia a utopía y evasión se puede entender mejor consultando un post de la anterior etapa de Notas de opinión: https://notasdeopinion.blogia.com/2011/043001-evasi-n-y-utop-a.php Lo mejor sin embargo sería ir al original: Ferran Ruiz (2011) Educar, entre la evasión y la utopía, ensayo incluido en «La sociedad de la ignorancia» Gonçal Mayos y Antoni Brey (eds.), publicado por Ediciones Península.